
Nunca he conseguido que me gusten los toros. Y lo he intentado. Creo que es un espectáculo anacrónico, desigual y sangriento, aunque, por otra parte, reconozco que tiene toda una tradición detrás que lo ha convertido en un arte. Esta contradición me impide posicionarme en cualquiera de los dos extremos: prohibición o exaltación. Lo dicho: no me gustan los toros, prefiero las corridas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario